He caminado por
el frío. He cruzado su silueta siniestra y su amor rencoroso. He visto a la
gente del frío. Sus duras caras, sus fuertes brazos. Sus difíciles vidas.
He estado solo
entre la bruma, y he hecho fuego desde mis entrañas.
He ido a la
guerra. Una guerra invisible que se pelea en las calles. Una guerra de luces
interminables, estruendos y anuncios.
He caminado entre
sus caídos, bobos por la pirotecnia y la parafernalia, como las polillas vuelan
a su propia muerte en las manos del fuego, de las noches de esta tierra.
La montaña más
alta me ha saludado, me invitó a subir hasta su cumbre. Una vez ahí, pensé que
podría verlo todo, saberlo todo, conocerlo todo. Pero allá arriba no solo no se
ve nada, sino que se ve mucho menos, ya que las nubes lo cubren todo.
Pensé “por eso el
mundo está como está. Nosotros rezamos a un Dios que nos mira de las alturas,
pero él no sabe nada de nosotros, porque lo tapan las nubes”.
Bajé de la
montaña feliz. Supe que Dios no estaba lejos entonces; está entre nosotros.
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