He viajado
incluso entre la mugre, lo frio, lo opaco.
Lo falso, lo enfermo, lo fino, lo
eterno.
He quedado
atrapado en los monstruos de acero.
He caminado entre
los codiciosos y los embusteros.
Lo burdo, lo grotesco. Lo que llaman urbe.
Mis pies cansados
hallaron cobijo, pero mis manos y rostro envejecieron 10 años, por cada día que
pasé en lo urbano.
El cemento y el
asfalto no dejaban que mis pies tocaran la tierra… solo polvo… no tierra.
El humo no dejaba
que respirara aire, y el acero era frío e inerte, no como los árboles, que
crecen y corren por el bosque.
Pero descansé. El
grito de la combustión de los motores facilitan mi andar…¿Pero a qué precio? ¿A
ser yo también una pieza del frío y duro metal? ¿a tener que cubrir mis pies
del cemento, para no sangrar?
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