En cada uno de
mis viajes he visto cómo del tronco magullado, hecho leña, herido, puede crecer
otro árbol. Porque es así la vida, capaz de sorprendernos con sus maravillas.
Quien no puede
ver los senderos en la mitad del bosque, debe hacer su propio camino, seguro de
su norte, y con herramientas confiables.
Los surcos en las
hojas, y las venas por donde corre la sangre, son caminos también, que esparcen
la vida, gloria y energía de la madre naturaleza a sus propios hijos.
El suave sonido
que hacen las hojas con su golpeteo entre ellas, trae consigo la brisa que
conforta al viajero en su extenuante jornada.
Hoy las palabras
han fluido, como la sangre, como el río, por esas hojas, han brotado como
nacidas de Dios, en mis pensamientos. Pero las campanas no dejan de Dios hable,
sino que deja que el recuerdo de las ideas nazcan.
Los hombres que
roban la basura, son vitales para el viajero, ya que limpian el camino, lo
dejan puro para ser transitado.
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