El sol es un
compañero extraño.
Te acompaña en la
larga jornada del viaje, te permite ver el aleteo de las mariposas, y el
imposible vuelo de los abejorros. Guía el sendero de los pasos, y abre las
ventanas de la casas.
Pero sin ningún
aviso, aparte del naranjo del cielo, se va, dejando para mañana lo que queda de
travesía.
Obliga a los
girasoles devolver su mirada al cielo, y deja que las criaturas que aman a la
luna deambulen libres. Hace que las flores oculten su belleza y que el viajero
se refugie al lado de su hermano, el fuego.
Extraño compañero
sostengo, porque sin él, no hay camino, y cuando se encoleriza en brazas,
tampoco el viajero puede cumplir su cometido.
Es un travieso
amigo de rutas el sol ese, que te deja
ver al pez bajo el agua, y te permite pescarlo, pero que también te
castiga en los caminos donde sólo hay arena.
El sol es mi guía
y mi captor. Entregado a su caprichoso andar sobre nuestras cabezas, y el viaje
se hace placentero y difícil, hermoso, pero peligroso.
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