Hoy, me han
dicho que tengo la mirada de un demonio. Desde que puedo sostener la mirada por
sobre el hombro de los demás, he visto cosas en donde no las hay. He proyectado
mis pensamientos en la infinitud del cosmos, y sobre el vasto desierto.
Congelada mi mirada, pierdo me en lo abstracto, en el borde de mis ideas. La
oscuridad es eso que no conocemos, eso en lo que expresamos lo profundo de
nuestras convicciones, le damos forma, permitimos que los demonios nos
persigan. He entonces, sido la personificación de algo que alguien más teme. El
miedo se transforma en un catalizador de nuestras propias habilidades, ya que
nos hace accionarlas, nos mueve, y hay que saber saborearlo. Ninguna emoción es
digna de ser dejada de lado, hay que abrazarlas todas, catarlas, para entender
el motivo, la fuente, y erradicar la duda. Esa maldita duda que nos obliga a
transitar el camino de la vida, y a la cual los samuráis enfrentan a través del
vacío. Un vacío demoledor que nos transforma en marionetas de un camino escrito
en la tierra, dictado por el cielo, aprendido del universo. Ese universo vacío,
que nos separa de las demás estrellas brillantes y distantes, capaz de albergar
la vida que conocemos, y la que no. Esa cosa oscura, que miro de frente, y que
en realidad no miro, sino que observo lo que sale de mis pensamientos a través
de mis ojos, y por mi mirada, que comparto con la de un demonio.
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