miércoles, mayo 30, 2012

La Umbra del Cóndor (Tétrico heraldo de la muerte emplumada)


Qué pequeñas son las cosas desde aquí. El balance, perfecto; El viento, constante; las nubes, hermosas. Este es el silencio del rey de estos montes. Mi corona roja, mi collar blanco. Distinguido, heraldo, tétrico. Soy el hijo de la muerte. Su embajador y escribano. Los cadáveres proveen la tinta, y con mi ser escribo sobre la muerte. Esa a la que persigo, esa a la que atraigo. Ostento un brillante traje hecho a la medida, como el que visten a los fallecidos. Mis largas plumas me permiten seguir a mi señora muerte.

“La sangre corre por mi cuello”. Qué bello recuerdo. Mi estómago ruge. Es la llamada, la muerte me espera. Qué pequeñas son las cosas desde aquí. Arriba. El frío no me compete, es mi aliado, trae la muerte con él.

Allá. Comienza el baile, tiento al destino a pelear con la suerte. Con el baile reclamo lo que es mío. Lo que otros hicieron por mí, mis sirvientes, los esclavos del rey de los Andes.

Desciendo en un espiral hipnótico, bailo con la brisa, beso el frío rostro del canal con la eternidad oscura.  Adoren mi umbra, oscura sombra de mi señora muerte, más oscura que el cielo ausente de sol.
Satisfecho, mis manos toman el aire y me elevan, hasta lo alto nuevamente, donde todo es mío, pero nada es mío. Donde reino tierras que no me pertenecen, luzco una corona que no es mía. Soy tan dueño de los cielos, como  lo es el viento entre las quebradas solitarias de la cordillera.

Todo, nada; Muerte, vida.

Qué pequeñas son las cosas desde aquí. El balance, perfecto; El viento, constante; las nubes, hermosas.

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