Días Perdidos (3 de 4)
Historia: Zirijo.
Historia: Zirijo.
I
-Es perfecto –
concluía un alto empresario del rubro de la energía al terminar de oír una
exposición sobre un proyecto hidroeléctrico pensado en el medio del desierto de
Eria– el río está justamente en un estrecho… podemos usarlo para la represa.
-Y es ideal, ya
que debemos potenciar la entrada de energía al sistema interconectado. En
Speedway City, la demanda de energía se ha triplicado en estos años, y ya no
estamos dando abasto – agregó un asociado.
-Pero, según el
estudio de impacto ambiental que desarrollamos, en esa área hay una comunidad
de indígenas… inundaremos sus tierras de cultivo… - contrarió otro miembro de
la mesa.
-Ofrezcan lo que
sea necesario… constrúyanles una escuela, denle computadores… quiero esas
tierras para la hidroeléctrica.
-Señor, ellos son
los han causado problemas a las autoridades antes… no dejan que se les
acerquen… los caminos están cortados y hay muy poca información sobre ellos.
-Entonces
prosigan con el proyecto… el ministro del interior me debe un par de favores… y
no le conviene quedar mal conmigo. El Proyecto va si o si...
-Sí señor… -
respondieron la mayoría, entre risas y alegría.
Antes de
abandonar la sala, victorioso, el dueño de la empresa se detuvo en la puerta,
con una pregunta en su mente.
-¿Cómo se llaman
esos indios que hay que desalojar? – preguntó en voz alta, al encargado
principal del proyecto.
-Se les conocen
como el “Pueblo de los Escorpiones, señor.
-Muy bien… vamos
a sacarlos de ahí, cueste lo que cueste.
II
-¿Qué es el fuego?
– preguntó el Maestro Escorpión a Justin, cuando este entraba al perímetro del
nuevo templo, marcados con grande y gruesas rocas talladas en fuego.
El tamaño de la
estructura doblaba a su predecesora en tamaño, y la quintuplicaba en firmeza.
Habían pasado ya varios días desde el comienzo de la construcción, y todo el
pueblo ayudaba a los miembros de la orden a transportar los bloques, que Justin
cortaba con sus poderosas llamas. El tatuaje seguía doliendo, pero cada vez que
se encendía en llamas, el joven Hombre de Fuego, ponía en práctica los
ejercicios que Escorpión le había enseñado. Controlaba su respiración, sus
pensamientos.
-El fuego es
ímpetu – respondió Justin.
Había estado
siendo acosado con esa pregunta todo el tiempo por Escorpión. Al inicio de cada
entrenamiento Escorpión se la formulaba, y si Justin no tenía una respuesta,
era obligado a realizar las tareas de todos los otros miembros de la orden y
era enviado a la ribera del río grande, para buscar agua.
Escorpión sonrió.
Por fin una respuesta que lo satisfacía… pero no completamente.
-¿Qué más es el
Fuego? – preguntó Escorpión, quieto en su trono piramidal.
Justin se alegró,
porque no fue enviado inmediatamente a realizar las tareas de siempre, pero se
contuvo, para no mostrar emoción frente a Escorpión.
-El Fuego es
potencial, es energía, emoción – siguió Justin, iluminado por una idea que lo
mantuvo despierto toda la noche anterior.
Cuando incendió
accidentalmente el templo, Escorpión lo había culpado, por confundir la ira con
el Fuego… entonces, pensó sobre la idea, pensó sobre esa intensidad que le daba
la ira a su fuego, a su fuerza. Pero la ira es solo alimento para la
intensidad, para su espíritu. Dejó el fuego desnudo en su pensamiento, y llegó
a esta conclusión justo con la salida del sol.
Escorpión estaba
sorprendido. Solo los grandes filósofos de la tribu habían alcanzado aquél
grado de comprensión de los elementos, en este caso el Fuego, para poder poner
palabras en un impulso tan grande y poderoso como para mover máquinas pesadas y
complejas, como nuestro propio ser.
-El fuego… –
continuó Justin – El Fuego es vida más allá de la vida…
-Espera – dijo el
Maestro Escorpión al escuchar la última frase – ven, dame tu mano.
Justin se acercó,
pero Escorpión no le permitió subir a la pirámide sin cima que lo albergaba.
Escorpión bajó, y tomó su mano.
-Enciéndela.
Justin creó una
flama brillante y pura. No había usado su fuego desde el día anterior, y solo
lo usaba para cortar las rocas que conformaban ahora el templo.
-¿Puedes ver vida
ahí? – preguntó Escorpión a Justin, luego de obligarlo a ver la flama por
varios minutos.
-No… pero…
-No. Sin “peros”…
el fuego no es vida niño fuego – corrigió su maestro – El Fuego es un
instrumento para la vida… pero no es vida. Permite plantar, donde ya había
plantaciones muertas, pero el fuego no es vida. El fuego es un motor, es
abrazador, imparable, es dinamismo, es Chispa, esencia, pero no vida. Es
potencial creador y destructor. El Fuego es el más brillante de los miedo del
ser humano – sentenció Escorpión, soltando la mano de Justin, un tanto
decepcionado por tener que hablar más que su propio discípulo.
-¿Miedo? – cuando
nosotros ayudábamos a las personas de Northscream, ellos nos saludaban, nos
amaban… jamás sintieron miedo por nosotros.
-Claro… porque
ustedes mostraban un fuego de niños… controlado, inofensivo… pero intenta
sentir el miedo de un hombre a punto de ser rostizado, atrapado en su propia
casa envuelta en llamas. El fuego en descontrol es el peor miedo… dicen bien
que al quitarle el fuego a los dioses, los hombre se transformaron en dueños de
su propio destino, porque antes de eso, el fuego era solo dolor, miedo y
destrucción ante los ojos de los primeros hombres.
-Siempre hablas
del fuego descontrolado… del control… -
replicó Justin.
-Por supuesto… el
manejo, el uso… encender una cerilla ya es controlar el Fuego… El fuego sin
control es una fuerza desatada. Hay que controla el Fuego para poder usarlo a
nuestro favor y conveniencia… sino…
-Maestro –
interrumpió un miembro de la Orden de los Escorpiones – los vigías han visto
intrusos en el área del Rio Grande… creo que son fuerzas policiales.
-No… nadie entra
a la tierra de los Escorpiones… menos los usurpadores ajenos – respondió el
maestro – llama a los estudiantes y a los aldeanos… Justin, es momento de usar
lo que has aprendido.
III
Cuando llegaron
los aldeanos del Pueblo de los Escorpiones junto con Justin Smith, a las
laderas del cerro que colinda con el Río Grande, los vieron. Eran tropas de
fuerzas especiales, que rodeaban el río, para poder pasar hacia el otro lado.
Miraban hacia todos lados, pendientes de la presencia de los aborígenes de la
zona.
Estaba claro que
el Pueblo de los Escorpiones había repelido todo intento por que el Estado de
Eria ingresara a su comunidad, con sus políticas, y sus representantes, y por
esto mismo, los indígenas no permitirían que usurparan sus tierras, ni que
corrompieran a sus hijos, lejos de las enseñanzas ancestrales.
-Los rodearemos,
y los atacaremos por donde mismo llegaron. No tendrán más opción que separarse
y regresar hacia sus inmundas ciudades – indicó el Maestro Escorpión – avancen…
¡Por El Aguijón!
-¡Por El Aguijón!
– respondieron.
-¿Quién ese ese
tal Aguijón? – preguntó Justin a su maestro, que avanzaba furtivo, a pesar de
su gran volumen.
-El Aguijón es
otro nombre para Itprom, nuestro protector. Desde que nuestros abuelos conocieron
por primera vez a los fuereños, estos los atacaron y se aprovecharon de ellos,
por eso no los queremos. Pero “El Aguijón” nos protege, con sus enseñanzas y su
código de guerra, hemos sobrevivido… y lo seguiremos haciendo.
Cuando los
aldeanos del Pueblo de los Escorpiones estuvieron a la espalda de las fuerzas
policiales, ellos se alzaron.
El maestro
Escorpión estaba en frente de la avanzada, mientras que Justin, y el resto de
los aldeanos, lo seguía. Se trataba de un pequeño contingente de fuerzas
especiales ubicadas a un costado del río. No eran más de veinte efectivos,
dispuestos uno al lado del otro, junto con un vehículo de detención, y una
camioneta. En el momento en que los aldeanos se hicieron presentes, la
camioneta partió rio abajo, dejando a los efectivos solos.
Escorpión, como
loco, atacó directamente a los policías, que disparaban balines de acero,
ilegales, para atacar a civiles.
-¡No entrarán a
la fortaleza del Aguijón, las montañas nos resguardan invasores! – vociferaba
Escorpión, mientras golpeaba los escudos de los policías, reduciéndolos a
basura, por sus pesados y fuertes puños de concreto.
Algunos aldeanos
resultaron heridos, por los balines, pero la mayoría de los ataques iban
dirigidos a Escorpión, que los asustaba con sus feroces golpes. Justin no tuvo
mucho que hacer, más que entrar al vehículo de detención, y verificar que no
había nadie más adentro.
“¿Cómo es posible que los hayan dejado solos?”
Se preguntaba Justin, viendo el violento ataque que Escorpión les propinaba,
dejando indefensos, uno por uno a los “invasores”.
“¿Un señuelo?” se preguntó luego, cuando
decidió detener a su maestro. Con sus manos en llamas, Justin detuvo Escorpión
de propinar un golpe más, a un desmayado policía. Todos estaban inhabilitados,
con los brazos rotos, o inconscientes, por el shock nervioso que representó
recibir los poderosos golpes de la mole de concreto.
-Es una trampa –
dijo Justin, cuando Escorpión estuvo un poco más calmado.
-Imposible…
nosotros inventamos La Guerra, sabríamos si una táctica así se estuviera
gestando – respondió confiado.
-Debimos verlo
cuando aquella camioneta huía… al parecer tu orgullo, y tu devoción a ese
Escorpión te han jugado una mala pasada.
-El Escorpión es
sagrado… no me obligues a someterte a su código – amenazó Escorpión – un
hermano de guerra debe tener siempre el orgullo del Aguijón en su corazón, sino
la batalla está perdida desde un principio.
-¿Cegarte a un
posible engaño? Tu dios… ok, nada… - se interrumpió Justin, no era conveniente
para él, perder la confianza de Escorpión -
fueron más inteligentes que nosotros – dijo luego - ¿Qué haremos con
ellos?
-Son nuestros
prisioneros – dictó Escorpión.
-No podemos
retenerlos… son policías, estarías llamando a todas las fuerzas hacia tu aldea.
-Que vengan…
nosotros tenemos al Aguijón en el corazón – respondió Escorpión.
IV
Era ya de noche,
en el Pueblo de los Escorpiones, y Justin Smith estaba en el establo que era su
hogar en aquél lugar perdido en la cordillera. Miraba las estrellas, perdido en
sus propios pensamientos.
Pensaba en los
prisioneros, en la trampa, en que en algún momento los vendrían a buscar. Pensaba
en El Aguijón, en el entrenamiento y en eso que Escorpión había dicho cuando se
enfrentó contra Radsil “Recogí a un hermano de guerra”.
Radsil seguía
inconsciente, y con la quemadura en buen estado. Lo peor que podría pasar, es
que se infectara.
La noche estaba
calmada. Algunas luces de fogatas se veían en el pueblo, pero no lograban
opacar el brillo de esas estrellas, que tenían hipnotizado a Justin.
“Cada una de
ellas, es una bola gigantesca de fuego… miles de cientos de llamas flotando en
la infinidad del espacio” No podía dejar de pensar en que el fuego como una imposición
del miedo… no podía dejar de pensar en lo equivocado que estaba Escorpión.
V
“Del Libro de las Ideas. Extracto de la
Guerra por la Conciencia”
“Y estuvo entonces la Guerra
desatada. El hedor del rey vagabundo se esparcía por cada rincón, hogar, y
bosque, en que las espadas de ambos bandos se cruzaban. Las Hordas de Itprom se
esparcían por todas partes, saqueando, violando, y quemándolo todo. El fuego
era algo que Itmed le había dado como un instrumento, para reafirmar su poder,
el terror sobre los corazones. Itprom pues recibió noticias de que el ejército
de Itnoc estaba masacrando a las fuerzas de Itmend, en las cercanías del
palacio del Rey vagabundo. Itprom acudió, pero ya era demasiado tarde. Itnoc,
con la voz del destino en su boca mutilada, había arrasado con Itmed y sus
aliados. Este abandonó a los suyos, cuando vio la batalla perdida, pero fue
encontrado por Itprom en los bosques de las proximidades, escondido, entre los
cadáveres de sus comandados. Itprom lo recogió y lo llevó con los suyos, tal
como lo había estampado en su código”
Desde entonces todo aquél
que vive bajo el código del Aguijón, adopta a los rezagados de batalla, los
toma bajo su tutela, ya que es considerado como “Hermano de Guerra”.
Continuará...
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