En Búsqueda del Paraíso.
Esa
vez juntamos plata como por un año. No queríamos ni salir, ni comprarnos ropa.
Comíamos lo justo para gastarlo todo allá. Una locura. Fue para su cumpleaños.
Nuestros amigos llegaron de sorpresa a despedirnos. Se lo habían ganado.
Tuvieron que mamarse los doce meses de nuestros rechazos y penurias. Lo pasamos
increíble y casi nos quedamos dormidos por la celebración.
Partimos
rápidamente al aeropuerto, y tuvimos varios problemas con el equipaje: Que
llevábamos mucha ropa, que no teníamos donde dejarla, que pagábamos el sobre
equipaje, que mejor no. Al final la azafata se apiadó de nosotros, y nos dejó
pasar los cinco kilos de más.
Ella
me contaba de sus viajes y amigos, de lo divertido que era el extranjero. Yo le
sonreía porque lo más lejos que había estado de mi casa, era el negocio de la
esquina.
La
azafata nos interrumpió ofreciéndonos comida y algo para beber. Nosotros la
ignoramos continuando con nuestra conversación. Me quedé dormido un buen rato
después de eso. Estaba viendo las formas de las nubes y esas cosas que hacen
las personas que viajan en avión por primera vez.
Apenas
llegamos, nos dimos cuenta. El lugar era maravilloso: Agua color turquesa,
arena clara, palmeras gigantes, y piña colada por todas partes. Fueron unas
vacaciones inolvidables.
Recuerdo
que nos demoramos semanas en elegir el destino de nuestro viaje. Yo estaba
empecinado en llevarla algún lugar que ella no conociera, pero ella solo quería
salir de la rutina. Era casi una cruzada personal en búsqueda del paraíso.
Cuando
regresamos todo parecía plomo y triste. No habíamos querido encender las luces
de la casa esa noche, para no pensar en que estábamos de vuelta. “Es solo un
sueño, no hemos dejado el trópico” pensaba mientras entrábamos en la pieza y
nos tirábamos sobre la cama sin siquiera sacarnos la ropa de lo agotados que
estábamos.
No
había oído el sonido del despertador en esos quince días, y ahora me parecía el
ruido más desagradable del mundo. Hasta que la vi despertar: Su sonrisa hizo
que la cama pareciera tibia arena en frente del mar; el agua de la ducha, la
más fresca de las vertientes; y el té de esa mañana, el más exótico de los
tragos.
Sin
duda mi viaje había terminado. Había encontrado el paraíso.
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