En aquella plaza, entre Caupolicán y Aníbal Pinto, había un
escritor loco.
Montones de hojas rayadas lo rodeaban, y un fétido aroma lo
adornaba.
Su sucio y largo pelo, estaba infestado de piojos, y sus
ropas, alguna vez formales y limpias, ahora eran andrajos y harapos.
Usaba un solo cristal de lentes, y no hacía más que
escribir.
Un cartel frente de él anunciaba: "Estoy sin trabajo;
Escribo para vivir"
Los más viejos recuerdan al tipo desde la crisis de 2013,
cuando la economía de desplomó.
Desde ese entonces el escritor loco recibía limosnas para
entregar una de sus hojas garabateadas.
Por $200 tomé unas que decían:
"Luna te amo, por permitir escribir de noche" y otra que decía
exactamente lo que acabas de leer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario